domingo, febrero 05, 2012

El cese de una ilusión

El viernes vi reflejada la alegría en la cara de mi hija, había conseguido el autógrafo de Campaña en una visita de éste a su colegio y lo había conseguido luchando, peleando ante compañeros y al grito de "mi padre es sevillista hasta la muerte", su ilusión no era por ella, sino por mí, por traerme ese regalo para ella tan valioso por creerlo valioso para mí. Campaña le sonrió y le firmó en el trozo de papel, tal vez ese grito de sevillista hasta la muerte fue lo que llamó la atención del futbolista.



Fotografía de Manu Montilla


Hoy Campaña, desde su ostracismo, quizás haya recordado aquel grito de una niña anónima y mirando hacia el palco habrá reconocido a los mercenarios filibusteros que infectan la jerarquía sevillista, que jamás gritarán hasta la muerte desde sus entrañas, sino más bien hasta tu muerte Sevilla F.C., hasta que hayan agotado el último aliento que salga de nuestro ser, piratas que no son sevillistas sino espoliadores de su historia, acaparadores del poder de la manga ancha y el cuello blanco, cobardes soberbios incapaces en su vanidad de entender que este Sevilla F.C. se muere por ellos, por su culpa y desidia, saqueadores de pasiones sevillistas, tahúres de ilusiones blancas y rojas.

Hoy Campaña, desde su destierro, quizás haya recordado aquel grito de una niña anónima y habrá visto a compañeros enajenados en un bucle mental entre el color del dinero y la ignominia profesional, desquiciados peloteros sin vergüenza propia por no entender la ajena y habrá meditado en su situación insostenible, sin poder demostrar nada, ni bueno ni malo, mientras otros con más motivos para ser hundidos en el pozo campan a sus anchas arrastrando un escudo y riéndose hasta la muerte de los que acudimos a ver sus pantomimas, trileros del acomodo, expertos del pasotismo.

Hoy Campaña, desde su amargura, quizás haya recordado aquel grito de una niña anónima y habrá observado al inquilino del banquillo perturbado en su debacle, qué tiempo perdido en aguantar a semejante ignorante, incapaz de asumir que lo que tenía entre manos le venía, grande no, enorme, con la dignidad del mediocre en su semblante, para mí el pan para ti la gloria, deseando ser aliviado de tan penosa carga, sin mirar atrás el daño irreversible que haya hecho y aguantando hasta la muerte embolsarse el finiquito, inútil adiestrador, iluminado de lo estéril.

Hoy mi hija seguirá pensando que su padre es sevillista hasta la muerte, bendita inocencia, yo me miro al espejo y sonrío, ni siquiera éstos podrán con la ilusión de mi hija.