martes, enero 17, 2012

Días de derbi

Hubo un tiempo en el que los partidos Sevilla vs. Betis, en un campo o en otro, ¿quién decía entonces estadio?, me generaban una excitación absoluta, no por el partido en sí, sino por el pique sano entre los amigos del barrio y del colegio; el de los profesionales estaba claro, siempre lo estuvo y siempre lo estará, ni derbi ni incertidumbre.



En mi barrio, mi patio para ser más exacto, aquel grupo ruidoso de chavales jugábamos al fútbol todos los días, nos repartíamos a pares y nones, por veinticinco y la pirula u otros medios más o menos rápidos, la elección de los equipos era en sí misma un divertido juego de risas y disputas.

El sábado no, el sábado era el día del desafío, contra "el otro patio y los pisos San José”, contra “los pisos nuevos”, contra “Tarfia”, contra “el Parque Móvil”, contra “los de la Estrella”, contra “los grandes”, contra “los chicos”, el campo siempre neutral, “el campo Amarillo” a la espalda del muro del “campo del Puerto”, la Copa del “meao”. Todos los sábados menos dos, los dos partidos Sevilla-Betis de cada temporada.

Esos dos sábados, ni desafíos ni nada, el patio Domingo Molina se vestía de gala, a un lado los béticos como Javi, Emilio el moro, Viejo, Antonio el cabeza, el Bum, el Coti, Juanca, Paco el facha, Oscar, Falele... al otro los sevillistas como Pepe el conejo, Daza, Paquito Alzueta, Fernan el sádico (imaginaros las ideas del chavalito si con 8 ó 9 años tenía ese mote), Manolo el bombona, Francisco, Nacho, el Porchu, Rafa el rano o yo mismo, dos equipos completos frente a frente, no faltaba nadie, jugaban incluso los que no les gustaba el fútbol como Manolo el Bombilla con sus chanclas y algunos que no simpatizaban con ninguno de los dos equipos, los había del Madrid y del Bilbao, del Atlético de Madrid no, en una ciudad como Sevilla para qué ser colchonero pudiendo ser bético.

Esa semana todos los juegos eran de sevillistas contra béticos, policías blancos o verdes y ladrones verdes o blancos persiguiéndose por las azoteas, a no ser que en la de la esquina estuviera suelto Tedy, un magnífico pastor alemán de un policía secreta, para el que cualquiera de nosotros no era ni bético ni sevillista sino delincuente, a secas, y nosotros cara a Tedy ni policías ni ladrones, ni béticos ni sevillistas, en ese momento todos éramos Mariano Haro. Igual en la piola, en palma arriba palma abajo, con las bicicletas, cualquier juego de equipo era de sevillistas contra béticos.

Y el sábado llegaba el derbi; los vecinos, gruñones durante todo el año por el ruido y el polvo que a diario levantábamos, asomados a sus ventanas esperando el gran duelo, cada uno con su filia y su fobia; las niñas, como ahora, a la caza del figura de turno y a recrearse la vista en las piernas que algunos por aquel entonces lucíamos, de fútbol ni pajolera idea; los protagonistas, de blanco impoluto camisetas y calzonas, las medias blancas de vueltas rojas los unos, y camisetas blancas de barras verdes, calzonas negras y medias verdes de vueltas blancas los otros, colores que se alternaban según como fuera el duelo profesional, lo blanco se tornaba rojo y lo negro blanco. Nadie fallaba, recuerdo que el vestirte era todo un acontecimiento de parsimonia y elegancia, hasta el atarte los cordones tenía su parafernalia.

Del resultado del partido dependía ese día el humor de la hermandad de amigos supeditada al color de tu camiseta, que seguía el domingo en el partido de los profesionales y la semana siguiente con la guasa de los vencedores y el aguante de los vencidos, eso era así y se asumía. Guasa que no dudabas en sacar en cualquier situación, como cuando Cardeñosa falló aquel gol ante Brasil en el Mundial de Argentina, mi primer partido en la nueva tele de color, no fallaba un jugador español, fallaba uno del Betis, te burlabas y los otros a apechugar.

Hoy no, hoy si bromeas con un amigo siempre hay un malaje no invitado que se entromete en la chanza, o te callas por no llegar a mayores o la bronca es inevitable; hoy, si digo lo que de forma impepinable voy a decir, vendrá algún malaje no invitado a meter la pata, mis amigos no, ellos entenderán la cuchufleta y a lo mejor me toca a mí aguantarlos a partir del domingo.

Pero esta semana no hay derbi, en el de profesionales, emulando a Salvador Dalí, no es que nosotros seamos buenos, los otros son tan malos que la comparación se revela imposible, frente a frente la histórica desigualdad se mantiene, de un lado un palmarés cada vez más rico, una entidad cada vez más consolidada entre los grandes, de España y de Europa, y una afición cada día más consciente de su capacidad y por ende más realista y exigente, por el otro los anfitriones, campeones reales de nada y morales de todo, capaces de ensalzar como un triunfo excepcional una derrota humillante por 5 a 0 o la más cercana por 4 a 2, nosotros no, en el mismo escenario nos sentimos indignados con un 0 a 0, pero eso es así, el sentimiento verdiblanco se alimenta de sensaciones y engorda con falsedades que de tanto repetirse se hacen más fraudulentas, una afición que como mofa llamaba Ruinas Itálicas al Ramón Sánchez Pizjuán al mismo tiempo que con diez años saltábamos el muro de Gol Norte de su Benito Villamarín sin ningún tipo de problemas, aquella tapia que separaba el “campo Amarillo” del “campo del Puerto” era más alta, una afición que fuma por el ojo y viste a sus cabras de fantoches, idólatras de casposos personajes y renegadas criaturitas aduladoras de un dios menor venido a demonio.

Y el verdadero no se jugará el sábado en el patio Domingo Molina, no está el cuerpo para mucho trote ni las piernas para recrear la vista de nadie, ni los amigos infantiles están ya en tu agenda, ya no hay vecinos gruñones, ni siquiera polvo en el ambiente.

No, el sábado no será un día de derbi.