martes, marzo 15, 2011

Semblanza y vida del Sr. Troncoso

Buenos días y una sonrisa despreocupada por respuesta, una realidad ajena al mundo desde el día en que pasó el umbral de la vida allí donde la calle San Luis cede su nombre a la Plaza del Pumarejo, bien sabe esa plaza de sus vaivenes delirantes y del sufrimiento de sus padres, Patrocinio y Leopoldo, ante tanto flirteo con la autodestrucción.





Casa del Pumarejo



De cinco hermanos (Antonio, Francisco, José y Rosario fueron los suyos) le tocó ser el tercero y de nombre Leopoldo, los apellidos Troncoso Narváez, y con ese apellido engendró una de las más bellas baladas de la música callejera sevillana, Sr. Troncoso, la genialidad de Jesús de la Rosa.

Su monótona búsqueda de objetivos vitales a impulsos impetuosos le llevó a la Legión, Melilla de destino, y a un tercer bautizo por el que también le conocieron, Leopoldo el Legionario. Pero aquello tampoco satisfacía su razón y en un ataque de juicio inverso abandonó su puesto de guardia y para Sevilla, con ropa y armamento del Tercio, acabando irremediablemente en el cuartel benemérito de la Plaza del Sacrificio, donde las palizas recibidas rememoraron el martirio del Abad Félix.




Casa Cuartel de la Guardia Civil en la Plaza del Sacrificio



La azotaina surtió efecto, contrajo matrimonio y se instaló en el Cerro del Águila, siendo uno de los operarios de HYTASA, y con dos hijos, niño y niña, parecía que la vida por fin le acogía como uno de los suyos. El tiempo diluyó los recuerdos y el vino hizo el resto, un día al volver a casa se encontró con que los suyos ya no estaban, su pelliza en el perchero y poco más, sin preguntas ni indagaciones sacó del dedo su alianza, la arrojó en un husillo y nunca más supo de ellos. Aquello hizo que se refugiara aún más en la bebida, aliada del olvido.

Ante su decadente existencia, sus padres volvieron a acogerlo, más su madre (las madres siempre están al quite), pero la convivencia se hacía cada vez más imposible, el vino abundaba más que su sangre y su mente se alejaba de lo cuerdo.

Leopoldo el Legionario se hizo fuerte en la Plaza de la Gavidia, donde daba rienda suelta a sus delirios, los propios y los del vino, durmiendo en sus bancos, donde era el único que tenía la suerte de ver a Daoiz tumbado, invitando a todos los parroquianos a contemplarlo también. Ese era su mundo, de la Gavidia a la calle Baños, haciendo mandados y sobreviviendo con las propinas, mirando sus zapatos pintados de verde por quien, sin respetarse a sí mismo, no respetaba su ausencia etílica, pero eran suyos, orgullosamente suyos.




Monumento a Daoiz en la Plaza de la Gavidia



Donaba su sangre en la farmacia militar que existía en dicha plaza, de ahí su asentamiento, y con los duros que le daban, compraba vino, su compañero ya perenne que le ausentaba y le daba vida, su vida, en Casa Bernabé o en Casa Benito, de tertulia con los policías de la comisaría de la Gavidia, los mismos que en las noches de frío intenso o tormentas se apiadaban y lo cobijaban en los calabozos, sopa caliente y cama. A veces, con los chiquillos, entonaba "El novio de la muerte" o cantaba la tabla del cinco con ripios de obscenas rimas. Ese era "Leopoldos, capitans de la Gavidia", con eses líquidas que le gustaba remarcar.

El vino no hacía que se descuidara en su aseo diario, siempre limpio y afeitado, sólo le hacía olvidarse de su existencia y su mente. Alguna vez entraba en ese mundo de aislamiento y soledad que era el Hospital Psiquiátrico de Miraflores, o se refugiaba en un cuarto alquilado en la Plaza Churruca, cercano a Montesión y la calle Feria, que un abogado amigo de la calle Baños le había gestionado, así como una pequeña pensión que recibía. Durante cerca de dos años su hermano Antonio le recogió en la barriada del Carmen, pero su espíritu solitario pertenecía a la calle y de la calle sacaba el sustento para el ánimo y el morapio.

En su deambular frecuentaba la Plaza del Pozo Santo, haciendo de aparcacoches, sobre todo para los visitantes del Hospital del mismo nombre, donde Jesús intimó con sus desvaríos. Nunca fue consciente de que Triana inmortalizó su nombre, y si lo fue, a nadie se lo comunicó.




Hospital del Pozo Santo



Aquel alcohol que le daba vida, se la iba arrebatando poco a poco, ingresó en el Hospital de San Lázaro, le amputaron una pierna y encontró refugio en una Residencia de Espartinas, de donde salió nuevamente para San Lázaro y su último recuerdo selló los futuros, el mismo año en que Sevilla ofreció su Expo al Universo, un día de noviembre, acompañado de los suyos que quisieron estar.




Hospital de San Lázaro



Uno de tantos que iba para anónimo; conocido inmortal de nombre Sr. Troncoso.




Portada del Single














Para ver su retrato podéis pinchar en esta nueva entrada de este mismo blog aquí




P.D.: Agradecer a Dª. Josefa Ramos Troncoso y D. Manuel Troncoso Vázquez, sobrinos de Leopoldo, su ayuda y desinteresada información, y a D. Julio José Miranda Hurtado, propietario del Bar "La Pajarita" en la C/. Baños, uno de aquellos niños de la Gavidia, por sus anécdotas y amabilidad.