domingo, julio 06, 2008

Bornos, capital de la música

Noche grande, hermosa, de las que se recordarán en el tiempo y por mucho tiempo. Noche mágica, inmensa, de las que se mantendrán suspendidas en los espacios del espacio. Sin ningún tipo de dudas este Festival Lago de 2008 ha conseguido superarse a sí mismo para regocijo de los que estuvimos y pesadumbre de los que, pudiendo, no estuvieron.

Pero antes de la noche hubo un preludio, donde la hospitalidad de ese paradigma de la amistad, llamado Rodrigo Vargas, extensión de su pueblo, Bornos, y su alegre aflicción, hacían presagiar que el trabajo estaba hecho, y bien hecho, inconmensurable trabajo como se demostraría donde tienen lugar las buenas faenas, en medio de la arena y mirando al tendío.

Todo estuvo de cara, incluso allí donde el buen hacer del mortal no llega, manto de estrellas y brisa divertida, un equipo de sonido que mantenía a raya a los duendes eléctricos, juguetones y maléficos, y unos músicos volcados en su interpretación de profesional elegancia.

Pero vayamos a la salsa y sus aditamentos. Imán de primer ingrediente para abrir boca… y con la boca abierta; su sabor, majado a base de miradas y sutilezas, imantó al personal; dos temas nuevos, presagio de nuevo trabajo de distancias y encuentros, de sonido a Califato Independiente, ¿podía ser de otra forma?, las bulerías por bulerías de batería, el sinfonismo envolviendo el ambiente, terreno de los teclados, el bajo en lo suyo, ahondando ritmo, y la guitarra… ¡ay esa guitarra!, ¿tendrán límite esas cuerdas? No es pasión, y aunque lo fuera, el mejor Imán desde la vuelta con sensación de delicatessen musical, nos quedamos con las ganas de más.

El toque de sabor nostálgico para Bloque. Primer concierto, que se notó en algún comienzo de algún tema, y parece que ayer fue hace ya veinticinco años, gran conjunción, seguro a base de ensayos, de los noveles, batería y teclados con estos músicos, bajo director de ritmo, guitarra de abrumadora fortaleza y teclados y voz como los buenos vinos, de callos escénicos, que fueron de menos a más con un repaso a toda su carrera, superándose a sí mismo con los últimos temas y, para cerrar, mirando al cielo, Tau Cetí, esperanza de continuidad para un camino que nunca debió borrarse. Prometieron y cumplieron.

Y Gwendal de aglutinador de emociones, levantando cuerpos y espíritus para danzas y conjuros, con temas más acelerados el siguiente que el anterior, que hacían no decaer la fiesta, maestría de cómo cerrar un festival, violín y flauta encantadores de ensueños, teclados para elevar la sensación de ingravidez, bajo y batería para que el ritmo sarónido no parase y una guitarra de una ejecución cercana a la perfección. Sus temas de aquí para allá en su carrera, pero todos de un pedigrí acorde a su categoría.

Bornos, capital de la música, para regocijo de algunos y vergüenza de muchos.